Paul’s Farewell to the Ephesian Elders (2)

Las palabras de despedida de Pablo para los ancianos en Éfeso II

Hechos 20:33-35

En esta hora, consideraremos el ejemplo de Pablo de una labor ministerial desinteresada. La palabra «desinteresada» significa estar libre de motivos egoístas, interés personal o ambición.

1. La afirmación de Pablo (20:33)

¿Por qué había llegado Pablo hasta Éfeso para predicar el evangelio? ¿Realmente lo había hecho para ganar las almas de los que lo escuchaban para Cristo o para ganar posesiones para sí mismo? ¿Cuál era la ambición que lo había inspirado en sus labores? Él afirma que no había sido inspirado por la codicia ni por la ambición personal. Les dice a estos hombres, que habían sido testigos de su comportamiento por años, que él había estado en medio de ellos como alguien que quería lo de ellos, sino que los quería a ellos. Cuando les había predicado el evangelio, su motivación había sido un sincero deseo que se convirtieran y fueran edificados en la Palabra, y de que fueran llevados a la herencia prometida para el pueblo de Dios. Cualquier riqueza que los hermanos en Éfeso poseían no había sido un lazo para él, ni lo había seducido para que él trabajara en medio de ellos con el propósito de apropiarse de las pertenencias de ellos. Su corazón había quedado libre del anhelo codicioso de enriquecerse a expensas de ellos. Sus motivos al ministrarle habían sido completamente diferentes. Él afirma que «ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie [había] codiciado».

Aparentemente, la iglesia en Éfeso comprendía un número de creyentes pudientes, algo que aprendemos de la primera carta de Pablo a Timoteo, escrita a Timoteo mientras este trabajaba allí. A pesar de esto, Pablo no tenía deseo alguno de unirse a ellos en su riqueza. No envidiaba su prosperidad ni les instó a despojarse de su abundancia, aunque sí entendió que tenía el potencial de ser un lazo para sus almas. Por lo tanto, le dice a Timoteo: «A los ricos en este mundo, enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida» (1 Timoteo 6:17-19). Como veremos más adelante, Pablo les había dado un ejemplo en estas cosas. Pero estamos adelantándonos. Aquí, dice simplemente que el ministerio que llevó a cabo entre ellos no había sido motivado por una pasión codiciosa por unirse a las filas de los ricos. Había hombres en la iglesia en Éfeso que tenían plata, oro y ropas costosas, pero Pablo declara: «Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado».

2. Su apelación en base a lo que ellos conocían acerca de su comportamiento (20:34)

Cuando Pablo habla a estos hombres, su alegación tiene credibilidad. No teme que alguien escuchará sus palabras y pensará por dentro: «Este no es el Pablo que yo conozco». Es relativamente fácil para un hombre el hacer cualquier alegación que se le ocurra. Las palabras, después de todo, son palabras. Un ministro del evangelio puede desear que otros los perciban como alguien que está libre de motivos egoístas y hasta puede pretender que este es su caso, pero la prueba no está en sus palabras sino en su comportamiento. Nuestro comportamiento o les proporciona credibilidad a nuestras palabras o nos expone como farsantes. De cualquier manera, lo que hacemos (mucho más de lo que decimos) ejerce una fuerte influencia sobre el juicio de los que nos conocen.

Anteriormente, Pablo había dicho a estos hombres: «Vosotros bien sabéis cómo he sido con vosotros todo el tiempo, desde el primer día que estuve en Asia» (20:18). Cuando consideramos esta declaración anteriormente, vimos que él había dirigido la atención de ellos a lo que personalmente conocían acerca de él. No esperaba que ellos recibieran la estimación que él les había dado de su ministerio sin considerar lo que ellos conocían por experiencia propia. No, él habló con la seguridad de un hombre que conocía que tenía una influencia sobre sus consciencias que se había ganado por medio de un ministerio honorable y fiel entre ellos. De acuerdo con los principios nobles que se manifestaban en su ministerio, había demostrado una consecuencia desde el primer día que se había unido a ellos. Nunca les había dado razón, ni siquiera por un momento, para que se preguntaran quién era él en verdad y si estaba dedicado a ellos y al ministerio que buscaba ejercer entre ellos.

Nuevamente, Pablo apela al conocimiento que ellos tienen de su comportamiento. Y lo que él quiere dar a entender es que su comportamiento le da credibilidad a su afirmación de que él no había trabajado con motivos egoístas. «Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo» (20:34).

Basándonos en estas palabras, lo que podemos inferir correctamente es que él no recibió dinero ni bienes de parte de los Efesios para su sustento o para el sustento de sus compañeros, sino que se suplió esta necesidad por medio sus propias labores. Por supuesto, esta no fue la única vez que Pablo hizo esta afirmación (cf. 1 Cor. 9:1-18; 2 Cor. 11:7-12; 12:14-18; 1 Tes. 2: 1-10; 2 Tes. 3:7-10).

Pablo dice a estos hombres: «Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades». No sabemos si él les mostró las manos marcadas por el trabajo, como algunos imaginan que hizo, pero de hecho estaban marcadas por causa de unas labores que tenían el propósito de librarlo de cualquier acusación de ser ministro del evangelio por causa de la codicia. Esos callos le brindaban credibilidad a la afirmación de que «Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie [había] codiciado».

3. La lección que aprendemos del ejemplo de Pablo (20:35)

El propósito del ejemplo de Pablo que encontramos aquí, así como las otras cosas que se mencionan en este discurso, era para que ellos lo imitaran. Él insta a los ancianos en Éfeso a hacer lo mismo que él había hecho. ¿Pero qué es lo que él les insta a practicar, a ellos y a nosotros también?

Algunos dicen que él nos exhorta a renunciar el derecho de recibir apoyo financiero por el bien de los de débil fe, que pueden sospechar que tenemos motivos mercenarios y que pueden tropezar si tomamos un salario por predicar el evangelio. Esta interpretación tiene mucho a su favor porque este era el ejemplo de Pablo. Pero, si esto es lo que quiere decir Pablo, ¿qué relación sostiene esto con el dicho de Jesús que él cita en la última parte del versículo? Ahí el tema parece ser aquellos que tienen necesidad de ayuda material y no aquellos que son de fe débil.

Esto ha llevado a algunos a decir que lo que Pablo quería decir no es que tenemos que necesariamente imitar su ejemplo de trabajar para su sostén independientemente de cualquier apoyo financiero de la iglesia, sino que debemos imitar el espíritu generoso que demostró tener para con los miembros pobres y débiles del rebaño, que no podían hacer provisión para sus propias necesidades. En el asunto de la benevolencia para con los necesitados, en otras palabras, había dado un ejemplo, también en el ámbito de la prudencia en presencia de aquellos que eran débiles en la fe.

Quizás debemos preferir una combinación de ideas. Pablo quiere que estemos libres de cargo de codicia y que seamos ejemplos de generosidad desinteresada. Pero, es generalmente aceptado que Pablo aquí no está llamando a los ministros del evangelio a prescindir del derecho del sostén en todas las circunstancias. De hecho, él establece firmemente que el sostén del ministerio es un deber de las iglesias y un derecho de los que trabajan en el ministerio, especialmente los que trabajan en la predicación. Y verdaderamente, en más de una ocasión, él mismo recibió asistencia de la iglesia en Filipo, aunque al parecer nunca solicitó sus regalos.

¿Entonces, qué quiere decir? ¿Está estableciendo una norma que se debe seguir en toda circunstancia, de manera que ningún hombre debe recibir sostén de aquellos a quienes ministra? No parece ser el caso. ¿Está presentando un modelo para los esfuerzos de la labor misionera de plantar iglesias? Tal vez es esto lo que está haciendo. Hay muchos que han seguido su ejemplo en este asunto.

¿Pero existe también una aplicación legítima de los principios que se presentan en este texto para una iglesia ya establecida? No necesariamente en lo que está relacionado con el ejemplo de las labores seculares de Pablo, porque si una iglesia quiere que su pastor se entregue de lleno al ministerio, debe suponer que le dará sostén para que él pueda llevar esto acabo. Pero a pesar de esto, el ejemplo de Pablo es aún pertinente para nosotros: (1) Debemos comportarnos de tal manera que no exista sospecha de que somos hombres codiciosos que trabajan en medio del pueblo de Dios para enriquecerse, (2) Debemos ser hombres que muestren benevolencia hacia los débiles, que sean un ejemplo de amor genuino, como el de Cristo, por el pueblo de Dios, sin mandarlos a estar calientes y saciados, cuando poseemos los medios para suplir sus necesidades (Santiago 2:16).

Al principio de mi ministerio, me impresionó el ejemplo de W. A. Criswell, el difunto pastor de la First Baptist Church de Dallas. Hacia el final de su largo ministerio, el Dr. Criswell reembolsó todo el salario que había recibido a través de los años. Pocos hombres podrán hacer esto. Pero siempre he pensado que sería maravilloso poder seguir su ejemplo. Ciertamente concuerda con el ejemplo del apóstol, así como él lo describe en nuestro texto. La mayoría de nosotros no podrá hacer lo que hizo el Dr. Criswell. Sin embargo, ¿hacemos todo lo que está a nuestro alcance para que nadie tenga razón de acusarnos de codicia?

También los instó a considerar el modelo que el ejemplo de Pablo nos presenta del tipo de hombre que la iglesia debe buscar para el ministerio pastoral. La iglesia necesita ancianos cuyo caminar personal con Dios sea una razón para creer que su ministerio no será marcado por el egoísmo o la ambición egoísta. La iglesia necesita hombres que no sean motivados por la codicia sino por un deseo sincero de ver que las personas se conviertan, sean edificadas y llevadas a la herencia que ha sido prometida para el pueblo de Dios. La iglesia necesita hombres excepcionales como Timoteo, de quien dijo Pablo: «Pues a nadie más tengo del mismo sentir mío y que esté sinceramente interesado en vuestro bienestar. Porque todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús» (Filipenses 2:20-21).

Debemos orar para que Dios levante a hombres hábiles que sean fieles, desinteresados, de espíritu generoso, cuya única ambición sea el ser agradables a Cristo. Y debemos estar alertas en la búsqueda de tales hombres para suplir la necesidad de las iglesias. Debemos poner las manos solamente en hombres como estos, para gozar a través de ellos de un ministerio bendito por Dios para la gloria de Cristo y el bien de nuestras almas.

Postdata

En este estudio hemos visto algo del retrato de Pablo como un pastor fiel y hábil. Espero que haya sido de provecho para nosotros. Al dejarlos, quiero exhortarles a recordar las cosas que han visto. Estimado hermano, haz el compromiso de ser un hombre que siga el modelo apostólico. Toma el capítulo 20 de Hechos a tu aposento de oración y pídele a Dios que te haga un imitador del ejemplo de fidelidad pastoral de Pablo. Y te insto a seguir luchando con Dios hasta llegar a ser un hombre así.

Las palabras finales de John Dick sobre el discurso de Pablo en esta ocasión son apropiadas para terminar nuestro estudio, así que con estas palabras concluiremos:

El ejemplo de Pablo nos muestra la manera en la cual todo cristiano debe tratar de desempeñar las labores que la Providencia le ha asignado. Vemos a un hombre que está enfocado en el desempeño de su deber, que es infatigable en sus esfuerzos y que actúa con las motivaciones más puras, con un valor que no desmaya, al que ninguna cuestión puede desviar ni a la izquierda ni a la derecha. ¡La mayoría de nosotros es tan diferente a él! Debiéramos sonrojar al pensar en nuestra obediencia apática e inconsecuente, del egoísmo que se mezcla con nuestras acciones…de nuestra cobardía cuando hay peligro, de la facilidad con la que nos desviamos del camino del deber para involucrarnos en alguna otra ocupación. Pero servimos al mismo Señor que Pablo servía y profesamos poseer la misma sinceridad. También son nuestras las mismas promesas de asistencia divina y el mismo porvenir glorioso para animarnos. Sintámonos avergonzados porque somos tan inferiores en cuanto al celo y la actividad. El mantener siempre a los mejores modelos, los ejemplos más perfectos ante nuestros ojos es un incentivo poderoso para esos esfuerzos que son necesarios si hemos de obtener la excelencia… [Pero] no nos propongamos imitar las pequeñas virtudes de la mayoría de los cristianos, sino las obras heroicas de Pablo y otros grandes hombres para que, aunque no esperemos igualarnos a ellos, podamos, por lo menos, alcanzar un nivel más alto de santidad que el que hubiéramos alcanzado al fijarnos en un ejemplo inferior.

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Paul’s Parting Words #2
Acts 20:33-35

In this hour, we’ll consider Paul’s example of disinterested ministerial labor. The word “disinterested” means free from selfish motive, interest, or ambition.

1. Paul’s claim (20:33)

Why had Paul come to Ephesus preaching the gospel? Had he truly come to gain the souls of his hearers for Christ, or to gain their possessions for himself? Which ambition moved him in his labors? He claims that he wasn’t moved by covetousness and selfish ambition. He says to these men, who had witnessed his behavior for years, that he had been among them as one who sought not theirs but them. In preaching the gospel to them, he had been motivated by a sincere desire to see them converted, built up by the Word, and brought to the inheritance promised to God’s people. Whatever wealth was possessed by the brethren in Ephesus had not been a snare to him, enticing him so that he had labored among them so that their possessions might become his. His heart had been free from a covetous yearning to enrich himself at their expense. He had ministered to them from different motives altogether. He had, he says, “coveted no man’s silver, or gold, or apparel.”

The Ephesian church apparently included a number of wealthy believers, as we learn from Paul’s first letter to Timothy, written while Timothy was laboring there. And yet, Paul had no desire to join them in their wealth. He did not begrudge their prosperity, nor did he urge them to divest themselves of their abundance, yet he understood the potential snare that it represented to their souls. Therefore, he says to Timothy, “Command those who are rich in this present age not to be haughty, nor to trust in uncertain riches but in the living God, who gives us richly all things to enjoy. Let them do good, that they be rich in good works, ready to give, willing to share, storing up for themselves a good foundation for the time to come, that they may lay hold on eternal life” (1 Tim. 6:17-19). As we will see later, Paul had set them an example in these things; but that is to run ahead. Here he simply says that his ministry among them had not been motivated by a covetous passion to join the ranks of the rich. Men who had silver and gold and costly apparel were present in the Ephesian church; yet Paul says, “I coveted no man’s silver, or gold, or apparel.”

2. His appeal to his known behavior (20:34)

When Paul speaks to these men, his claim has credibility. He has no fear that any will hear his words and say to himself, “This is not the Paul that I know.” It is relatively easy for a man to make any claim that he wishes. Words, after all, are words. A minister of the gospel may wish to be perceived as free from selfish motives, and even claim that this is the case with him; but the proof is not in his words but his behavior. Our behavior either gives credibility to our words, or it exposes us as frauds. Either way, what we do (far more than what we say) carries the judgment of those who know us.

Earlier Paul had said to these men, “You yourselves know, from the first day that I set foot in Asia, after what manner I was with you all the time” (20:18). When we examined this statement, we saw that he directed their attention to what they personally knew about him. He did not expect them to receive his account of his ministry with no reference to what they knew by firsthand experience. No, he spoke with the assurance of a man who knew that he had a grip on their consciences gained by an honorable and faithful ministry among them. In the noble principles fleshed out in his ministry, he had displayed consistency from the first day that he came among them. He had never given them reason even for a moment to wonder who he was or whether he was committed to them and the ministry which he sought to exercise among them.

Paul now appeals again to their knowledge of his behavior. And his point is that his behavior gives credibility to his claim that he did not labor from selfish motives. “You yourselves know that these hands ministered unto my necessities, and to them that were with me” (20:34).

The correct inference from these words is that he did not receive money or goods from the Ephesians for his support, or for the support of his companions, but that this need was supplied from their own labors. This, of course, is not the only time Paul made this claim (cf., 1 Cor. 9:1-18; 2 Cor. 11:7-12; 12:14-18; 1 Thess. 2:1-10; 2 Thess. 3:7-10).

Paul says to these men, “Ye yourselves know that these hands ministered unto my necessities.” We don’t know whether he showed them his work-scarred hands, as some imagine that he did; but in fact they were scarred by labors aimed at freeing him from any charge of ministering the gospel out of covetousness. Those callouses lent credibility to his claim that he “coveted no man’s silver or gold.”

3. The lesson of Paul’s example (20:35)

Paul’s example here, as in the other things cited in this address, was for their imitation. He urges the Ephesian elders to do as he had done. But to what practice is he urging them (and us)?

Some say that he urges us to forego the right to financial support for the sake of those weak in faith, who might suspect us of mercenary motives and be caused to stumble if we take a salary for preaching the gospel. This interpretation has much to commend it, for this was Paul’s example. And yet, if this is what Paul means, what relation does this have to the saying of Jesus that he quotes in the last part of the verse? There the issue seems to be, not those weak in faith, but those in need of material help.

This has led some to say that Paul means not that we must necessarily imitate his laboring to support himself apart from any financial support from the church but that we should imitate the generous spirit that he showed toward the poor and weak members of the flock, who were unable to provide for themselves. In the matter of benevolence towards the needy, in other words, he had set an example, as well as in the area of prudence before the weak in faith.

Perhaps some combination of ideas is to be preferred. Paul would have us be free from the charge of covetousness and have us be examples of disinterested generosity. Yet, it is generally agreed that Paul does not here call on all ministers of the gospel to forego their right of support under every circumstance. Indeed, he firmly establishes the support of the ministry as a duty of the churches and a right of those who labor in the ministry, especially of those who labor in the Word. And, indeed, on more than one occasion, he himself received support from the church at Philippi, though apparently he never solicited their gifts.

What then is going on? Is he establishing a norm that must be followed in every circumstance, so that no man ought to receive support from those to whom he ministers? It does not appear that he is. Is he setting out a model for missionary church-planting endeavors? Perhaps he is. Many have followed his example in this.

But is there also legitimate application of the principles of this text to a settled pastoral ministry in an established church? Not necessarily in the example of Paul’s secular labors, for if a church wants its pastor to give himself fully to the ministry, it must expect to support him so that he can do so. And yet, Paul’s example still has this relevance: (1) that we should conduct ourselves in such a way that there will be no suspicion that we are covetous men who labor among God’s people so that we may enrich ourselves, and (2) that we should be men who show benevolence towards the weak, setting an example of genuine Christ-like love for God’s people—not ourselves telling them be warmed and be filled, when we have it by us to relieve their need.

Early in my ministry I was impressed by the example of W. A. Criswell, the late pastor of the First Baptist Church of Dallas. Near the end of his long ministry, Dr. Criswell returned all the salary that he had been given over the years. Few men will be able to do that. But I have always thought that it would be wonderful to be able to follow his example. It certainly accords with the Apostle’s example, as he has described it in our text. Most of us will never be able to do as Dr. Criswell did; however, do we do all that we can than none may justly charge you with covetousness?

I also urge you to consider the model that Paul’s example provides of the kind of men that the church should seek out for pastoral ministry. The church needs elders whose personal walk as Christian men gives reason to believe that their ministry will be unmarred by selfishness or selfish ambition. The church needs men not motivated by covetousness but by a sincere desire to see people converted, built up, and brought to the inheritance promised to God’s people. The church needs those rare men like Timothy, of whom Paul said, “I have no man likeminded, who will care truly for your state, for they all seek their own, not the things of Jesus Christ” (Philip. 2:20-21).

We must pray that God will raise up able men of a faithful, disinterested, generous spirit, who are ambitious only to be well-pleasing to Christ. And we must be vigilant to look for such men to fill the need of the churches. And we must lay hands only on such men, that we may know through them a ministry blessed by God to the glory of Christ and to the good of our souls.

Postscript

In this study we’ve seen something of Paul’s portrait of an able and faithful pastor. I hope this has been profitable to you. As I leave you, I want to exhort you to remember the things you’ve seen. Dear brother, commit yourself to being a man after the apostolic model. Take Acts 20 to your prayer closet and ask God to make you an imitator of Paul’s example of pastoral faithfulness. And I urge you to continue wrestling with God until you are such a man.

John Dick’s closing words on Paul’s address on this occasion are a fitting way to close our study, so that with these words we conclude:

The example of Paul shows us in what manner every Christian should study to acquit himself, in the station which Providence has assigned to him. We see a man intent upon the performance of his duty, indefatigable in his exertions, and acting from the purest motives, whose courage was undaunted, and whom no consideration could turn aside to the right hand or to the left. How unlike him are the most of us! Should we not blush to think of our languid and interrupted obedience, of the mixture of selfishness in our actions . . . , of our cowardice when danger occurs, of the facility with which we deviate from the path of duty to enter upon some other pursuit! Yet, we serve the same master, whom Paul served, and profess to be equally sincere. We have the same promises of divine assistance, and the same glorious prospects to animate us. Let us be ashamed, that we are so much inferior in zeal and activity. It is a powerful excitement to those efforts which are necessary to the attainment of excellence, to keep constantly in our eye the finest models, the most perfect patterns. . . . [But] Let us propose for imitation not the dwarfish virtues of the majority of Christians, but the heroic deeds of Paul and other illustrious men, that, if we cannot hope to equal them, we may, at least, rise to higher degrees of holiness than we should have attained, if we had fixed a lower standard.

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