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En nuestro primer estudio consideramos unos datos biográficos de la vida de Jonathan Edwards y, a continuación, nos centramos en cómo Dios le llamó de un modo en que su vida fue dominada por una visión espiritual de la majestad, la gloria, el esplendor y la soberanía de Dios. Llegó a ser un pastor que deseaba que los demás vieran a Dios en Cristo de esta manera, y que lo amaran. Asimismo, vimos la bendición de Dios sobre él al proporcionarle la esposa que tuvo y cómo fueron ejemplo para muchos. Con una esposa así, Edwards pudo pastorear bien no solo por la ayuda que le prestaba (porque ella era una genuina ayuda idónea en todo el amplio sentido de la palabra), sino por el ejemplo que suponía para el pueblo del Señor.

Dado que la tarea que se me ha asignado consiste en analizar a Edwards como pastor, les recuerdo que Jonathan Edwards fue reconocido como pastor. Quienes le llamaron para, posteriormente, sostenerle económicamente creyeron que fue un don de Jesucristo para la iglesia, para su pueblo redimido. Nosotros coincidimos con esta opinión.

Se podrían señalar muchas cosas sobre este hombre de Dios. Prosigo, por tanto, con otras reflexiones adicionales. Cuando pienso en su faceta de pastor, al margen de lo que ya he apuntado hasta ahora, me gustaría considerar varias cosas.

En su «oficina», es decir, en su lugar de trabajo
Según su reputación, Edwards pasaba trece horas al día trabajando, nutriendo una vida de contemplación, de estudio y de reflexión; tomando notas sobre muchas cosas; viviendo conscientemente en la presencia de Dios. Preparaba sus sermones en ese ambiente. Esta práctica podría parecer demasiado extrema, pero si consideramos algunas de las bendiciones que recibió, y de las cuales fue testigo, la justa conclusión sería decir que los pastores modernos debemos pensar bien en nuestros caminos. ¿Estamos pasando el tiempo necesario con Dios y con Su Palabra para el bien de nuestras almas y el de la iglesia?

Edwards mantenía una disciplina en su propia vida y en la de su familia, con la ayuda de su esposa que cooperaba por completo. No descuidó a su familia. Oró con ella por la mañana y adoraba con ella por la noche.

Al parecer, Edwards no visitaba a los miembros con regularidad; sin embargo, si alguno mandaba buscarle para que fuera a visitarle o cuando había una emergencia, siempre estaba disponible. Además, muchas personas se hospedaron en su casa y, a veces, algunos hombres que se preparaban para el ministerio también se alojaron unas semanas allí, y Edwards los guió en la lectura y el estudio. Samuel Hopkins fue uno de ellos. Como testigo ocular, dejó mucha información valiosa sobre la vida de Edwards y de su esposa Sarah.

En oración
Volviendo a las trece horas que pasaba en su lugar de estudio, estas incluían su tiempo de oración en privado, algo que, al parecer, solía hacer con frecuencia. En esto Edwards sirve de ejemplo a los que esperan servir como pastores, porque existen razones para creer que la comunión con Dios en la oración era un rasgo de su vida. Tenía su tiempo de oración en privado, y otro en que lo hacía con la familia. Las oraciones que elevó en la adoración pública no estaban escritas, sino que eran según le salían del corazón, de manera que, muchas veces, dejó una profunda impresión en aquellos que oyeron. Predicó y publicó mucho sobre la oración, promoviéndola en la iglesia que cuidaba, pero también instando a las iglesias en general a que dedicaran tiempo a ella. Un sermón sobre la oración muestra que una de las señales de un hipócrita es su deficiencia en el asunto de la oración en privado. Edwards escribió un libro instando al pueblo del Señor a que orara unido por el avivamiento de la religión, y por la extensión del reino de Dios en el mundo. Esa obra llegó a Inglaterra y, junto con una biografía de David Brainerd que Edwards también había preparado, tuvo gran parte en la misión de William Carey a la India. Este énfasis en la oración conviene a los pastores y a las almas que estos cuidan.

La humildad de Jonathan Edwards
Otra gracia que podemos observar en Edwards es su humildad. Sé que algunos estarían dispuestos a señalar algunas cosas en cuanto a su casa, la forma de vestir de su familia, su sueldo y sus ventajas económicas, pero no hay evidencia de que Edwards tuviera una gran preocupación por las cosas materiales. En realidad, existen pruebas tangibles de su disposición a dejarlo todo para seguir sus convicciones, como veremos más adelante. Edwards era un hombre que servía al Señor con toda humildad (como Pablo en Hechos 20:19). Su biznieto descubrió lo siguiente entre sus documentos, escrito de su puño y letra, pero sin el propósito de que fuera publicado:

“Desde que vivo en este pueblo, he visto muchas veces mi pecaminosidad y vileza de una manera que me han afectado sumamente; con frecuencia esto me ha tocado tanto que un gran llanto se apoderaba de mí, a veces durante un tiempo prolongado, de tal manera que tenía que encerrarme. Mi sentido de mi propia iniquidad y de la maldad de mi corazón fue en aumento, superando a la que tenía antes de mi conversión. Muchas veces he visto que si Dios tuviera en cuenta mi maldad, me vería como el peor de todos los hombres, de los que han sido desde el principio del mundo hasta ahora, y que me correspondería el lugar más bajo del infierno, mucho más bajo que el de los demás.

“Hace mucho que mi maldad, como yo soy en mí mismo, me ha parecido, en un sentido, inefable, como si devorara todo pensamiento e imaginación, como un diluvio infinito o como montañas sobre mi cabeza. No conozco una manera más correcta de expresar en qué se asemejan mis pecados a mí mismo, excepto poniendo infinito sobre infinito y multiplicar infinito por infinito. Muchas veces, durante estos años, estas expresiones han estado en mi mente y en mi boca, ¡Infinito sobre infinito… infinito sobre infinito! Cuando miro a mi corazón, y evalúo mi maldad, percibo un abismo infinitamente más profundo que el infierno.

“Últimamente he anhelado grandemente tener un corazón quebrantado y postrarme muy bajo delante de Dios; y cuando pido humildad, no puedo soportar la idea de no ser más humilde que otros cristianos. Me parece que su grado de humildad puede ser idóneo para ellos, pero que en mi caso, no ser el más bajo de todos los hombres en humildad, sería como una vil autoexaltación. Otros hablan de su deseo de ser ‘humillados hasta el polvo’ y esa expresión puede ser apropiada para ellos, pero en lo que a mí respecta, pienso que debo ‘postrarme hasta lo sumo delante de Dios’. Y me afecta mucho pensar en lo ignorante que era como cristiano joven, desconociendo las profundidades sin límites, infinitas, de maldad, orgullo, hipocresía y engaño que permanecen en mi corazón1”.

Antes de criticar a Edwards debemos anhelar tener una percepción de Dios como la que él parecía tener. Una visión como esta situó a Job, el hombre más recto de la tierra, en una postura de aborrecimiento de sí mismo. Asimismo, obligó a que Isaías clamara: “¡Ay de mí!”; mucho después de él, el apóstol Pablo expresó lo mismo, y añadió que era el primero de pecadores, y confesó: Soy menos que el más pequeño de todos los santos (véase Job 40:4, 5; 42:5, 6; Isaías 6:5; 1 Timoteo 1:15 y Efesios 3:8)».

Esa humillación personal sucedió antes de la experiencia de Jonathan Edwards al ver el primer despertar en Northampton, hacia finales de 1734 y principios de 1735. En ese tiempo, pensó que quizás se habían convertido unos trescientos y la iglesia añadió a muchos miembros. La Palabra de Dios dice que Él resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes. Nosotros, los pastores, tenemos gran necesidad de andar humildemente con nuestro Dios.

La sobriedad
Jonathan Edwards era también un hombre serio en todo su porte; ponía especial cuidado en su forma de hablar. No pasaba su tiempo charlando sobre una u otra cosa. Su percepción de Dios y de Sus cosas, su amor a Dios y a los hombres, producían en él gran sobriedad, evidente en todas las áreas de su vida. No había nada en su conducta que socavara la seriedad a la cual llamó a la gente, avisando de la ira de Dios, de la brevedad de la vida y del juicio venidero; exhortando a todos a que creyeran en Jesucristo y a que le siguieran, conforme a Su palabra. Y yo me pregunto: ¿Cuántos causamos daño o tropiezo, cuántos socavamos y debilitamos nuestro mensaje por una falta de sobriedad? Si esperamos comunicar la verdad no podemos ir haciendo chistes sobre el pecado ni sobre las cosas divinas; no podemos reírnos de aquello por lo que los hombres rendirán cuenta en el Día de Juicio. La sobriedad es un requisito para los pastores.

Como predicador
Por algunas cosas que escribió el biznieto de Edwards, existe la creencia de que Edwards leía sus sermones, con el manuscrito frente a la cara. Iain Murray comenta sobre esto en las páginas 188 a 191 de su biografía y llega a la conclusión de que tal idea es poco probable, a la vez que presenta buenas razones para sostener su conclusión. El problema es que apenas hay testimonio ocular sobre su manera de predicar. Aquello de lo que disponemos indica que no usaba gestos físicos y que no tenía mucho contacto visual con la gente. Pero creemos que predicó con un gran temor de Dios, sabiendo que estaba en Su presencia, y nadie podía dudar de que un hombre de Dios, fiel y ferviente, estuviera hablando Su Palabra.

Si predicamos teniendo a Dios presente, esto afectará muchas cosas de nuestra manera de predicar.

Un problema
No podemos decir que Jonathan Edwards sea un ejemplo perfecto como pastor. Su biznieto y biógrafo nos cuenta algo que ocurrió y que se utilizó en su contra. Después del gran avivamiento, allá por el año 1744, unos jóvenes estaban haciendo un uso indebido, vil y carnal de un manual para parteras (ya se pueden imaginar). Después de consultar con otros, Edwards y los líderes decidieron reunirse con los jóvenes para indagar sobre el asunto. Llamaron a todos los que pudieran ayudar en la investigación, pero en la reunión en que se leyeron los nombres de los jóvenes citados, no indicaron que todos no eran sospechosos, sino que algunos solo eran testigos de aquel mal. Sin embargo, la manera de manejar el asunto provocó que el nombre de unos cuantos inocentes quedara asociado a los culpables. Aunque, a la larga, los culpables fueron expuestos y tuvieron que pedir perdón públicamente, parece ser que muchos nunca le perdonaron a Edwards la manera de tratar dicho asunto. Pero, esto nos lleva a considerar otra cosa a la que Edwards se enfrentó como pastor.

La fidelidad al Señor y su verdad
Jonathan Edwards fue criado y tuvo que trabajar por muchos años en una situación eclesiástica en la que resultaba fácil que la iglesia se viese dominada por personas que no eran verdaderamente piadosas. Las iglesias congregacionalistas de Nueva Inglaterra habían adoptado una práctica de recibir como miembros a personas que no profesaban su fe de una manera sobria, seria y creíble desde el punto de vista bíblico. Los pastores fieles predicaron el evangelio buscando verdaderos frutos de fe. Pero la realidad es que había muchos miembros en las iglesias que no dieron evidencia de un nuevo nacimiento y que, sin embargo, participaban de la Santa Cena con la aprobación oficial de la iglesia.

Con el apoyo del pastor Stoddard, abuelo de Edwards, la iglesia de Northhampton, Massachusetts, había seguido esa práctica. Al principio de su vida, Edwards aceptó ese arreglo e hizo lo que cualquier pastor que ama a sus oyentes habría hecho: les predicó sobre los grandes temas de la Biblia, buscando el fruto del Espíritu, anhelando una visitación especial del Espíritu Santo, porque sabía que sin el nuevo nacimiento no verían el Reino de Dios.

Es decir, en una situación que no debió haber existido y que él mismo había aceptado y apoyado al principio de su ministerio, Edwards anhelaba, deseaba y buscaba el verdadero bien de la gente. Predicó fielmente. Frente al arminianismo que estaba haciendo estragos en algunos lugares, predicó con claridad la gracia soberana de Dios y, después, publicó un famoso libro sobre el error de los arminianos con respecto al libre albedrío de los hombres. Mientras servía fielmente al Señor en amor y humildad, Edwards vio tiempos en los que el Señor transformó a muchos, concretamente a finales de 1734 y en el año 1735. Luego, en los años 1740-42, lo que se conoce por “el Gran Avivamiento” abarcó muchos lugares, incluido Northhampton, donde Edwards servía como pastor. De hecho, fue usado grandemente por aquel entonces.

Pero, volviendo a Edwards como pastor, admiramos su corazón que deseaba la salvación de aquellos a quienes servía. Quería poder presentarlos santos delante del Señor. Anhelaba verles salvos de todo engaño y, por ello, predicó la verdad a sus conciencias. Les habló sobre el amor como gracia principal, según 1 Corintios 13; los afectos, las evidencias del nuevo nacimiento, la necesidad de no tener ninguna justicia que no sea la del Señor. Quizás el libro más útil y más leído de Jonathan Edwards sea el que contiene la esencia de sus sermones a su iglesia sobre los afectos.

Pero, a la larga, sus estudios —especialmente los que trataban sobre los afectos— le llevaron a la convicción de que las iglesias congregacionalistas habían seguido una enseñanza equivocada en cuanto a quiénes podían ser miembros y participar de la Santa Cena. Su abuelo Solomon Stoddard, cuya memoria se tenía en muy alta estima, había apoyado esa práctica. Sin embargo, comprobó que entraba en conflicto con lo que su abuelo había enseñado a la iglesia. Se dio cuenta de que iba a tener problemas pero su convicción de la verdad le llevó a comentarle a su esposa, y a uno o dos amigos íntimos, que no apoyaría a nadie más que quisiera hacerse miembro de la iglesia sin una profesión de fe creíble. Varios de los miembros que eran columnas de la iglesia notaron el cambio de Edwards y se opusieron a sus ideas. En aquella época, transcurrieron unos cuatro años durante los cuales nadie nuevo pidió membresía en la iglesia. Al parecer y debido a la oposición existente, Edwards no enseñó directamente a todos sobre el tema. Finalmente, una persona pidió unirse a la iglesia como miembro y, manipulada por unos miembros de la junta, se negó a hacer la profesión que Edwards exigía y la iglesia entró en crisis. Reunieron un concilio de pastores, pero, finalmente, se dieron cuenta de que había tanta oposición al cambio propuesto que, a menos que Edwards cambiara y aceptara el “status quo” no podría seguir como pastor de la iglesia. Solo pudieron votar los varones de los que solo un diez por ciento lo hicieron a favor de Edwards. Así que, después de veintitrés años como pastor, tuvo que salir. Perdió su sueldo y toda ventaja económica, pero mostró que su amor al Señor estaba por encima de la posición, los títulos y los bienes materiales. Dijo que no podía admitir miembros en la iglesia que no profesaran la fe de un modo creíble, es decir, una fe a la que acompañara una vida piadosa, alguna evidencia de un nuevo nacimiento, y por ello le despidieron.

Aun en su despedida, Edwards buscó la paz. La iglesia le permitió predicar un sermón de despedida que fue sobrio y amoroso. Incluso después de ese sermón, Edwards no se mudó enseguida y, en algunas ocasiones, cuando no pudieron conseguir a un pastor visitante, le pidieron que predicara y él lo hizo.

Pero, en cuanto a esta experiencia de Jonathan Edwards, debemos ver que el pastor tiene que poner oro, plata y piedras preciosas en el templo, no heno, hojarasca y madera. Jonathan Edwards aprendió esto y sufrió por su fe. Un pastor tiene que ir adonde la palabra del Señor le lleve y no puede permitir que el amor a su posición o a cualquier otra cosa interfiera con su servicio fiel.

Más tarde, Edwards trabajó entre los indios y los ingleses en un pueblo de Massachusetts llamado Stockbridge. Estuvo allí unos siete años antes de ser nombrado presidente de la Universidad de Princeton, pero apenas había comenzado sus labores allí cuando le sobrevino la muerte por una reacción a la vacuna contra la viruela. Murió en marzo de 1758.

En el poco tiempo que trabajó en Princeton mostró que iba a trabajar con el corazón y el cuidado de un pastor, buscando el bien eterno de los estudiantes.

Edwards pone de manifiesto el corazón y los rasgos de un pastor fiel. Fue ejemplo para sus oyentes de piedad personal y piedad en el hogar, y procuró la salvación de estos, una salvación que incluía el gozo en el Señor, el regocijo por haberle conocido. Quería verlos glorificar a Dios mediante la fe y vidas santas. Deseaba que aceptaran alegremente el gobierno de Dios en sus vidas. Predicaba Su soberanía absoluta, persuadido de que solo esa verdad podría llevarles a una vida de verdadera piedad.

Hasta el día de hoy, multitudes de personas aman al Señor y hemos sido edificados mediante los escritos de Edwards; pero, casi todos sus escritos, procedían de su pensamiento de pastor que amaba al Señor y a Su Reino. Sentimos gran estima por lo que escribió, porque es bíblico y nos lleva a pensar en la verdad.

Quienes no son amigos de Cristo hablan de Edwards desde una perspectiva humanista, socavando así la fe de quienes leen su obra y sacan provecho. Tales autores han sido piedra de tropiezo para las personas que reciben el veneno de su humanismo.

Pero, aquellos que aman la Palabra de Dios y quieren vivir piadosamente, estimarán su enseñanza. En nuestra iglesia, algunos aprecian mucho lo que Jonathan Edwards enseñó. Como pastor, siento gozo al ver un interés por la lectura de Jonathan Edwards en aquellos a quienes cuido como pastor.

Notas

1Citado por Iain Murray, véase bibliografía, páginas 101-102, de Personal Narrative de Jonathan Edwards, incluida en su biografía por Sereno Dwight; traducción de NDV.

Bibliografía selecta
Existen unas cuantas biografías de Edwards, algunas escritas por creyentes que amaban o aman su fe, y otras por personas que, como humanistas, tratan de explicar su fe y su vida desde su propio punto de vista, aun no estando de acuerdo con la fe bíblica (evangélica y calvinista) de Edwards.

Las obras más provechosas que recomiendo son:

Murray, Iain H., Jonathan Edwards – A New Biography (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1987). Esta es la obra que más estimo junto con la biografía de Sereno Dwight, biznieto de Edwards.

Dwight, Sereno, Life of President Edwards. La biografía que he leído se encuentra en el tomo I de esta próxima obra. Incluye la narración personal de Edwards.

The Works of Jonathan Edwards, en dos tomos, revisado y corregido por Edward Hickman (1834); (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1974; reprinted 1976). Estos dos tomos contienen los sermones y los escritos más conocidos. Son de mucho provecho.

La Universidad de Yale mantiene una página web con muchos recursos: http://edwards.yale.edu/

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