La provisión de Dios para la adoración

La provisión de Dios para la adoración

Hermanos, inclinen su cabeza conmigo una vez más, para buscar la ayuda de Dios y que Él se revele a Sí mismo en esta noche, en el ministerio de Su palabra.

Glorioso Dios nuestro, Padre celestial, nos inclinamos ante ti en esta noche reconociendo que sólo Tú eres Dios. Confesamos que eres nuestro Creador, nuestro Hacedor, que somos las ovejas de tus pastos.

Te alabamos porque Te ha placido poner Tu amor sobre nosotros. Has derramado Tu gracia sobre nosotros al concedernos, por medio del espíritu, que estemos unidos a Jesucristo por la fe.

Oramos en el nombre de Jesucristo; Te pedimos que nos concedas Tu Espíritu en esta noche; que cumplas la promesa dada a todos los que estamos en el nuevo pacto, de ser enseñados por Dios, desde el menor hasta el mayor de nosotros.

Que en esta noche, al ministrar Tu palabra, haya comunicación de Tu espíritu con nuestros corazones, con nuestras conciencias, para instruirnos y guiarnos; para que podamos darte gloria y honra a ti. Nos encomendamos a ti sabiendo que somos siervos inútiles.

Confesamos que somos pecadores, y que si no fuera por Tu gracia, si no fuera porque te has revelado a nosotros por medio de Cristo Jesús, estaríamos adorando a dioses falsos.

Pero Tú nos has sacado de las tinieblas a la luz; Tú nos has unido a Jesucristo y, ahora, en Su rostro vemos Tu gloria. Glorifícate en medio de nosotros en esta noche, para alabanza de Cristo nuestro Salvador. Te lo rogamos, ¡Amén!

Anoche aprendimos que la adoración es la comunión espiritual con el propio Dios. La adoración es encontrarse con Dios, Quien viene y se acerca a Su pueblo reunido. La adoración está dirigida por Dios, y Le da alabanza y adoración.

Por medio de la adoración al verdadero Dios vivo, estaríamos obedeciendo el primero de los diez mandamientos: no tener ningún otro Dios delante de nosotros, más que Él, revelado en nuestro Señor y salvador Jesucristo.

Adoramos porque Él es el único supremo y digno. Hemos sido creados para adorar; hemos sido salvados para adorar; lo que Dios desea de nosotros es adoración ya que Él busca a aquellos que Le adoren en espíritu y en verdad.

Adoramos en cualquier lugar en el que nos reunimos, como discípulos de Jesucristo, para clamar a Su nombre. En el nuevo pacto ya no existe un trozo de territorio geográfico que identifiquemos como tierra santa. La presencia de Dios entre nosotros es lo que confiere a nuestra adoración un carácter santo.

En cualquier lugar que estemos con otros discípulos de Cristo y, juntos por fe clamemos al nombre de Cristo, allí Jesús se complace por medio de Su espíritu en reunirse con Sus discípulos. Su presencia con nosotros es lo que hace que ese lugar de reunión sea santo.

Adoramos en cualquier lugar sobre la tierra, pero adoramos en la presencia del Dios del cielo. Nuestras oraciones suben delante de Él y llegan ante Él para que en verdad adoremos en el cielo.

Adoramos en un día en particular como reunión corporativa de aquellos que han resucitado de los muertos; como aquellos que han nacido de lo alto; como aquellos que están vivos a Dios y que una vez estuvieron muertos en pecado y delitos, pero que ahora, por gracia, están unidos en el Cristo resucitado.

Estamos vivos a Dios, y somos el sacerdocio del nuevo pacto, formado por hijos e hijas reales de Dios nuestro Padre. En ese día glorioso de la resurrección, ese día de poder del Espíritu Santo, ese día que se en sitúa al principio de la eternidad, el primer día de la semana, dirigimos nuestra adoración hacia Dios.

Mientras vamos corriendo en esta carrera, orientamos nuestra vida hacia la meta del eterno reposo que se nos ha prometido. Nuestros ojos están fijos en Cristo. Atravesamos este desierto en busca de esa ciudad cuyo edificador y arquitecto es Dios, y proseguimos hacia adelante viviendo una vida marcada por el ritmo de la adoración.

Pasamos por pruebas, tenemos días fáciles y de prosperidad y también tiempos de dificultad, pero mantenemos el ritmo de la adoración. Caminamos con Dios en adoración corporativa, al reunirnos en Su presencia semana a semana, mes a mes, año a año, hasta que cruzamos la línea de meta.

Ahora bien, esta noche vamos a ver que la adoración no puede originarse dentro de nosotros. La adoración debe ser aquello que Dios nos revela. Él debe mostrarnos cómo tenemos que acercarnos a Él, y es Él quien tiene que proporcionarnos el camino que lleva a Su presencia.

Con esto en mente, mañana veremos con los hermanos en la conferencia de pastores qué ocurre una vez hemos sido admitidos en Su presencia, por Su provisión. ¿Qué es lo que debemos hacer? ¿De qué se compone esa actividad de la adoración? Lo primero que vamos a considerar en esta noche es que tenemos que adorar según la prerrogativa de Dios.

En realidad, queremos saber qué es lo que debemos hacer cuando venimos a la presencia de Dios. Somos admitidos ante el Rey de reyes y Señor de señores; allí es donde nos encontramos cuando nos reunimos y clamamos el nombre de Jesucristo. La iglesia, o el templo, se convierten en esa intersección, esa entrada a la presencia misma de Dios, y Él está entre nosotros.

¡Está bien! Dios nos está concediendo una audiencia. Ahora usted tiene que decidir el paso siguiente. ¿Qué le gustaría hacer? ¿Adónde le gustaría ir? Quizás podríamos realizar una encuesta para ver qué es lo que la mayoría de las personas desearían hacer

¿Es esta la pregunta correcta que deberíamos hacer? ¿Qué le gustaría hacer en la presencia de Dios? Me temo que esta pregunta es del todo incorrecta. La pregunta debe ser: ¿qué quiere Dios que hagamos? ¿Qué es lo que Dios quiere que nosotros hagamos?

En medio de toda esta confusión, de tantos análisis y debates acerca de la adoración, uno se levanta y dice:

“Yo quiero adorar a Dios de esta forma”,

“Yo quiero adorar a Dios de esta otra forma”, dice otro.

“Yo quiero este tipo de música; yo quiero este tipo de adoración; yo quiero poder hacer lo que quiero hacer”.

¿Pero quién pregunta: “¿qué es lo que Dios quiere que nosotros hagamos?”

Nuestro lugar de reunión es la presencia de Dios. Si apartamos nuestros ojos de Él para mirarnos unos a otros y decir: “Bueno, ¿qué te agrada a ti?” estaremos haciendo una pregunta absolutamente incorrecta.

Debemos mantener nuestros ojos fijos en Dios y decir: “Señor, ¿qué es lo que Te agrada a Ti? ¿qué es lo que Te complace a ti, Señor?” En Isaías, capítulo uno y versículo doce, el Señor hace una pregunta muy interesante:

“Cuando venís a presentaros delante de mí, ¿quién demanda esto de vosotros, de que pisoteéis mis atrios?”

En el texto original, la pregunta se podría parafrasear de la siguiente manera: “¿quién os dijo que pusierais esto en vuestra mano cuando venís a mi presencia?; ¿qué es lo que traéis en las manos cuando entráis a mis atrios, al venir delante de Mí?; ¿quién os dijo que esto es lo que yo quiero que me traigáis?”

Como veis, somos incapaces de inventar la adoración que honra a Dios. En ningún sitio de la Biblia se nos ordena que inventemos nuestra propia adoración. ¡Vamos a crearla nosotros mismos! ¡Vamos a elaborar una adoración! ¡Inventemos la adoración! En ningún momento se nos dice esto.

Dios debe decirnos cómo tenemos que adorarle. “Cuando aparecéis delante de Mí, ¿qué es lo que traéis en la mano?; ¿quién os dijo que eso es lo que yo quiero que hagáis?; ¿por qué hacéis esto delante de Mí?; ¿quién os dijo que esto me honraría?” Este es el tipo de pregunta que Dios hace en Isaías capítulo uno, versículo doce.

Pero tenemos que retroceder por un momento, y comprender que Dios es el único que decide cómo hay que adorar a Dios, y es por Su propia naturaleza en sí por lo que Dios decide cómo debe ser adorado. Dios es Dios.

Él es trascendente; Él es santo; Él mora en una luz inaccesible, que trasciende más allá de Su creación; Él supera nuestra capacidad de abarcarle mentalmente. Él es infinito y es exaltado por encima de todo.

¿Cómo podríamos saber qué hacer delante de Él para complacerle, a menos que Él nos lo revele, a menos que Él nos muestre lo que es una adoración aceptable? Y esa adoración que debemos aprender tiene que ceñirse a la propia naturaleza de Dios, que es Su trascendente santidad.

En Deuteronomio capítulo cuatro Dios establece la adoración de Su antiguo pacto; en Deuteronomio cuatro, desde el versículo quince hasta el versículo diecinueve leemos: “Así que guardaos bien”, esto en lo referente a nuestro acercamiento a Dios,

“Así que guardaos bien el día en que el Señor os habló en Horeb de en medio del fuego no sea que os corrompáis y hagáis para vosotros una imagen tallada semejante a cualquier figura: semejanza de varón o hembra, semejanza de cualquier animal que está en la tierra, semejanza de cualquier ave que vuela en el cielo”.

Moisés le recuerda al pueblo que en el Monte Sinaí no se reveló ninguna figura. Dios era invisible ante los ojos de ellos; por consiguiente, no debían hacer comparaciones con nada de lo que existiera en el mundo material visible. Se Le oía y, por medio de Sus palabras, Él se dio a conocer. De este modo, en Deuteronomio cinco, desde el versículo ocho hasta el diez, el segundo mandamiento contesta la pregunta de cómo hay que adorar a este Dios.

“No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás; porque yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.”

¿Cómo deberíamos adorar a Dios? Pues bien, la respuesta es: “no te harás imágenes”. No te hagas imágenes de nada de lo que hay en la creación, nada que recree las cosas pertenecientes al orden creado y que se haya hecho por medio de la creatividad de las manos humanas. No hagas ninguna imagen que proceda de la creatividad de tu mente.

¡Con cuánta frecuencia nos hemos encontrado con personas que, al oírnos describir al Dios de la Biblia, nos contestan: “No creo que Dios sea así”. No debemos imaginar a Dios bajo ningún aspecto. No hay nada como Él. Quizás lo más parecido a Él somos nosotros, porque somos creados a Su imagen. Por ese motivo, hemos sido creados para adorarle porque sólo nosotros hemos sido hechos de una forma que corresponde a la naturaleza de Dios.

¿Cuál es la naturaleza de Dios? Juan capítulo cuatro, versículo veinticuatro:

“Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y verdad”.

¿Cómo debemos adorar? Debemos ceñirnos a la naturaleza de Dios y adaptarnos al Dios que es espíritu. Esto quiere decir que no debemos utilizar ningún material creado para fabricar una imagen.

No debemos hacer uso de nuestra imaginación para encajar en ella a Dios. La imaginación se halla dentro de la esfera de nuestro pensamiento y de nuestra actividad y, por consiguientes, son algo creado por nosotros mismos.

En Hechos diecisiete, versículo veintinueve, cuando el apóstol Pablo habla a los filósofos, en el Monte de Marte en Atenas, les dice: “no debemos pensar que la naturaleza divina sea semejante a oro, plata o piedra, esculpidos por el arte y el pensamiento humano”.

La naturaleza divina no se va a formar por la creatividad del hombre, o por la imaginación y pensamientos de éste. La adoración aceptable no puede originarse en nosotros. Debe ser aquella que se corresponda con Dios, y que está determinada por Su prerrogativa.

Las personas con las que Pablo está hablado llevan a cabo una adoración idólatra. Están adorando la imaginación de sus propios pensamientos y el arte de sus propias manos. La adoración que realizan les está enseñando mentiras porque ella es la que determina nuestro pensamiento acerca de Dios.

Por este motivo, el segundo mandamiento tiene una enorme importancia para nuestros hijos: “No te harás falsas imágenes”. Soy un Dios celoso; si pecáis contra mí de la manera en que lo hacéis, seréis visitados del mal hasta la tercera y cuarta generación. Vuestros hijos se ceñirán a la manera en la que vosotros adoráis, y de ahí sacarán su forma de pensar acerca de Dios.

Si vuestra adoración no es según la naturaleza divina, si no se adapta al Dios que es espíritu, entonces vuestra adoración es idólatra. Es una adoración imaginativa que influenciará a vuestros hijos haciendo que piensen que Dios es algo que, en realidad, no es; vuestra adoración es instructiva con respecto a la propia naturaleza de quién es Dios.

Veréis, existen dos formas de cometer idolatría. Podemos quebrantar el primer mandamiento y tener un dios totalmente distinto al Dios vivo y verdadero. La otra manera de ser idólatras es cuando transgredimos el segundo mandamiento pensando que estamos adorando al verdadero Dios, pero lo estamos haciendo de una forma incorrecta que no Le representa adecuadamente.

Damos una falsa impresión de Dios mediante una adoración idólatra que no se ciñe a la Biblia. Es la adoración que pone nuestra confianza y nuestra certidumbre en la creación de nuestras manos o en la imaginación de nuestra mente.

No podemos inventar la adoración. Ésta debe ceñirse al propio ser de Dios. Esto significa que la revelación de Dios es la que debe determinar cómo debemos adorarle. Dios nos revela la forma en la que debemos hacerlo. La adoración no se origina en nuestra imaginación, ni en nuestra creatividad.

Cuando me gradué en el seminario, en mil novecientos ochenta y dos, mi impresión particular como graduado de un destacado seminario evangélico era que el mayor enemigo del pueblo de Dios, a la hora de adorar, era el aburrimiento.

Se suponía que esto era lo que yo debía hacer por todos los medios: asegurarme de que las personas no se aburrieran. ¿Y usted qué tiene que hacer? Bueno, esto significa que usted tiene que ser creativo, que tiene que aportar nuevas fórmulas a la hora de dirigir la adoración.

Al salir del seminario, yo pensaba que esa adoración debía ser el escenario y el teatro para la innovación y la creatividad del hombre, porque lo único que uno deseaba evitar era que las personas se aburrieran. Había que mantener su interés. Y esta manera de pensar no hace más que abrir la puerta a todo tipo de novedades, todo tipo de trucos, de entretenimientos, de cosas centradas en el hombre.

Todo esto hace que nos pongamos delante de Dios, sin poner nuestros ojos en Él. Entonces nos miramos unos a otros y decimos: “¿qué puedo hacer para que no te aburras?” ¡Pero estamos en la presencia de Dios! ¿Eso te aburre? ¿Cómo puede aburrirnos el estar en la presencia de Dios?

¡Si te aburres en la presencia de Dios es que no Le estás prestando atención porque Él es el ser más magníficamente interesante que existe! Él nos ha revelado cómo debemos adorarle. Nosotros, como criaturas, no somos infinitos.

Por lo tanto, no podemos, con nuestras limitaciones, proyectar a Dios desde nuestro interior e imaginarle según nuestra propia imagen. Sobre todo, al ser pecadores no podemos fabricar la adoración porque nuestro pecado nos ha separado de Dios.

Nuestro pecado nos ha cegado y no podemos ver Quién es Dios. A menos que Dios se revele a Sí mismo a nosotros, la imagen que tenemos de Dios nos dirigirá a adorar a un ídolo. Y este es el problema del hombre; este es el pecado central del hombre.

Cuando analicemos la cultura, cuando investiguemos las preocupaciones de nuestros amigos que no son convertidos, cuando estudiemos nuestra propia susceptibilidad al pecado, vayamos a lo más profundo, a la raíz, y hagamos la pregunta: “¿qué dios me está incitando a este pecado? ¿En qué soy susceptible a la idolatría?

Mire la condena del apóstol a la humanidad en Romanos capítulo uno, desde el versículo dieciocho:

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad; porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente.

Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa.

Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido.

Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.

Por consiguiente, Dios los entregó a la impureza en la lujuria de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos; porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, quien es bendito por los siglos. Amén.”

Ahora bien, lo que Pablo nos está diciendo es que, en un sentido, todos los hombres han recibido revelación de Dios para obligarles a adorar. Han recibido la revelación de Dios por medio de la creación, y la han recibido como portadores de Su imagen que poseen una conciencia.

Tenemos un sentido de lo que es correcto y de lo que es incorrecto pero, al haber caído en nuestro pecado, nuestra conciencia está rota. Lo que queramos hacer, mientras estemos en nuestro pecado y sin la revelación salvadora de Dios, nos desviará y nos conducirá a adorar a ídolos.

Por este motivo Pablo estaba tan ansioso de ir a Roma y predicar el evangelio, porque lejos de la revelación salvadora de Dios a los hombres, el resultado era vagar lejos de Dios y adorar a sus ídolos. Lo que un ídolo hace es darnos permiso para consentir el pecado, y nos promete que no seremos castigados por ello.

Pero eso es mentira. Es la mentira que dice que usted puede pecar sin ser castigado; que usted puede romper la ley de Dios; que Dios no es justo; que Dios no es bueno; que no se preocupa por usted. ¡Eso no es verdad!

Pero los hombres se fabricarán ídolos. Los hombres adorarán la idea de que Dios no les va a juzgar. Esta es la idea subyacente en el ateísmo. El problema del ateo no es la existencia de Dios, sino que sabe que si Dios existe entonces él tiene un montón de problemas.

En vez de confesar que tiene un problema se limita a decir: “¡no hay Dios!” que equivale a decir “¡no me vas a juzgar!” Lea el Salmo diez; lea el Salmo catorce; este es el pensamiento ateo. El necio dice: “no hay Dios”, pero en realidad está diciendo: “Dios no tiene derecho a juzgarme”. ¡Esto es mentira!

De forma que, para evitar el juicio, el hombre adorará cualquier cosa porque esto le otorga permiso a su conciencia para seguir adelante y le consiente su pecado favorito. Pero cuando Dios viene en gracia revela el vacío, la futilidad, la vanidad, y las mentiras de la idolatría.

Y cuando la gracia de Dios irrumpe y recae sobre los hombres, éstos llegan a entender que han estado ocultando la verdad y han favorecido el pecado, en aras de su injusticia. Entonces Dios viene y trata con ellos, en su pecado, por gracia. La verdad de Dios, Quien es el creador ahora revelado a nosotros como redentor, se convierte en el verdadero objeto de nuestra adoración revelada en Jesucristo.

De este modo, la adoración es una respuesta a la revelación de Dios. Es algo a lo que estamos obligados porque todos hemos recibido la revelación de Dios el Creador.

Él es el juez que ha grabado Su imagen sobre nosotros porque tenemos una conciencia y juzgamos constantemente. Todo lo que hacemos está basado en nuestra conciencia. Nuestras discusiones políticas: “Me gusta, no me gusta. Estoy de acuerdo con esto. Creo que no es correcto. Esto es terrible. Creo que es fantástico.”

¿Qué es esto? Es la conciencia. Conocemos a una persona y la juzgamos. ¡Ahora mismo me estáis juzgando! Quizás no os guste mi corbata. Podéis pensar que tengo mal gusto. Pero estáis juzgando.

¿Por qué hacéis esto? Mi perro no me hace esto. ¿Por qué lo hacéis? Porque estáis creados a imagen de Dios. Tenéis una revelación de Dios, pero necesitáis (el hombre necesita) la revelación de Dios.

Dios se revela a Sí mismo y, para recibir adoración de Su pueblo, Él toma la iniciativa y otorga la revelación de Sí mismo. Él actúa y Su pueblo responde. Él habla y Su pueblo contesta y Le escucha. Él viene a nosotros en gracia y se revela a Sí mismo en amor, y nosotros respondemos en fe y obediencia.

Hebreos capítulo once y versículo seis: “Y sin fe es imposible agradar a Dios porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que El existe, y que es remunerador de los que le buscan.” Venimos al Dios que es realmente, y venimos por fe.

La fe tiene un objeto: lo que ha sido revelado por Dios. La revelación de Dios en Su actividad; la revelación de Dios en Su palabra; el Dios “que es”.

Le respondemos por fe, y él dice: “aquellos que me buscan por fe, me hallarán. Es imposible encontrarme a menos que se responda a mi revelación”.

Se trata de responder al descubrimiento de Dios por medio de Su actividad y por medio de Sus palabras. Esto quiere decir que la iglesia no tiene autoridad para elaborar su propia adoración.

Jesús es el Señor de la iglesia, no el papa, no una jerarquía eclesiástica, no vuestros ancianos. La gran comisión que se le da a la iglesia es que debemos reunirnos en la presencia de Cristo y aprender allí todos los mandamientos que Jesús nos ha dado.

Él nos dirige en nuestra vida como iglesia. Los ancianos de la iglesia ministran la palabra y la autoridad de Cristo, no la suya propia. No se trata de su propia prerrogativa sino del ministerio de la palabra que imparte la autoridad de Cristo, para que podamos hacer la voluntad de Cristo y no la nuestra.

No es la voluntad de la mayoría, sino la de la Palabra, la de Cristo que se revela en la Palabra. Estamos aquí para hacer lo que Jesús quiere, no porque queremos, sino porque Él es nuestro Señor. Él es nuestro amo.

Así pues, la iglesia no puede fabricar una adoración que aparte la palabra de Dios a un lado y que diga que no le vamos a prestar atención. Así es como elaboramos nuestra adoración. Esto es poner al pueblo de Dios en atadura.

Quizás haya experimentado esto al visitar las iglesias que no tienen una adoración regulada por las Escrituras. Quizás empiece a sentirse incómodo porque le están obligando a pasar por rituales y por actividades de adoración, y no puede encontrarlos en la Biblia.

Amigo mío, usted ha sido comprado al precio de la sangre de Jesucristo. Son hijos liberados de Dios y no deben volver a la atadura de los rituales hechos por hombres, ni a una adoración que viola una conciencia bíblicamente informada.

Usted ha sido salvo para adorar y los hijos de Dios, en la libertad de su condición de hijo, son los que pueden clamar a Dios tratándole como Padre. Si alguna autoridad de la iglesia le obliga, en contra de una conciencia bíblicamente informada, a empezar a adorar a Dios de una manera que Él no ha revelado ni prescrito en las Escrituras, esto es una tiranía. Esto no es libertad.

Somos el sacerdocio del nuevo pacto y debemos ir a nuestro Padre a través del ministerio mediador de Jesucristo, revelado en Su palabra. Debemos responder con fe, siendo dirigidos por la palabra de Dios en obediencia a Jesucristo.

No debemos seguir los dictados de una generación centrada en sí misma, orientada a la diversión y conducida por la demanda popular, que se reúne para adorar y contestar a la pregunta “¿Qué quiere usted hacer?”.

Dejemos que ellos adoren a Dios en la forma que quieran hacerlo; adoremos nosotros como Dios quiere que lo hagamos. El mayor problema del hombre es esta tendencia hacia la idolatría. Juan Calvino dijo: “El Dios humano es una fábrica de ídolos”. Produce ídolos de la misma manera en que la Compañía Ford Motor fabrica nuestros coches. Podemos convertir cualquier cosa en ídolos.

Necesitamos darnos cuenta de que nuestra adoración debe ser una respuesta a la revelación de Dios, y que debe ceñirse a la naturaleza de Dios porque ni el arte de los hombres, ni su imaginación pueden servir a la naturaleza divina. Él debe revelarse a Sí mismo. Adoramos según la prerrogativa de Dios.

En segundo lugar, adoramos en base a la provisión de Dios. Adoramos en base a la provisión de Dios. Y aquí nos encontramos con nuestro problema. Dios es santo y nosotros somos pecadores.

¿Cómo podemos, entonces acercarnos a este Dios santo, cuando nuestro pecado provocará inmediatamente en Dios la justa y santa respuesta de ira e indignación?

¿Cómo vamos a entrar a la presencia de Dios, en nuestra condición pecadora, si tan pronto como nos pongamos en la luz de Su santidad, seremos consumidos?

Nosotros merecemos justamente la sentencia de muerte que recayó sobre la raza humana, cuando nuestro padre Adán desobedeció a Dios y comió del fruto prohibido.

¿Qué tuvo que hacer Adán a causa del pecado? Tuvo que utilizar una hoja de higuera para intentar satisfacer su sentido de pecado y de culpa, y luego se escondió de la presencia de Dios. Esto es lo que leemos en Génesis tres, ocho, que Adán se escondió de la presencia de Dios.

Ahora bien, si se admite la adoración en la presencia de Dios, veremos inmediatamente que los hombres pecadores no son capaces de sentir el deseo de entrar a la presencia de Dios. Esto ocurre porque si entran a Su presencia, todavía unidos a su pecado, su conciencia les dice que tienen un gran problema. Entonces prefieren la hoja de higuera, prefieren permanecer escondidos.

Los hombres son capaces incluso de fabricar ritos religiosos para mantener a Dios alejado y convencerse a sí mismos de que Dios no los va a juzgar, que no hay problema con el pecado. La ira de Dios no existe. El infierno eterno tampoco existe. No hay castigo para el pecado. No existe la seguridad de que muramos.

Y los hombres han fabricado religiones creyendo la mentira de que no serán castigados por su pecado. Pero Dios viene a los pecadores y esto es lo asombroso porque ¿quién habría sabido esto?

¿Quién hubiera dicho que cuando Dios apareció en escena en Génesis tres, no venía a ejecutar el juicio final? Vino en gracia, y vino a comenzar en plan de salvación. Vino a rescatar el orden de la creación y a llamar a los dos pecadores para que volvieran a Él.

Vino a darles la promesa de una simiente que nacería a través de la mujer y que aplastaría la cabeza de la serpiente, aunque ésta le heriría en el calcañar. Por medio de esta semilla prometida, la muerte sería vencida.

El mundo, que ahora había sido sumergido en la muerte, el hombre que ahora volvía al polvo del que había salido, y toda la creación volverían a alinearse con Dios a través de esta semilla. Ella daría vida a un planeta y a un pueblo que habían muerto.

¿Cómo ocurriría esta redención? ¿Cómo se llevaría a cabo? Lo haría Dios al establecer una adoración aceptable por medio de los pecadores. Esto es lo que quiero que penséis y entendáis conmigo a estas alturas: que la salvación de los pecadores y la adoración aceptable se superponen y se convierten en una única y misma cosa.

La redención se convierte en adoración porque la provisión de Dios para salvar a los pecadores de la muerte, para salvarles del pecado, es la misma que la que Dios da para admitirles en Su presencia en adoración.

Ser admitidos en la presencia de Dios es ser salvos, es ser liberados de la muerte. Así pues, Dios hace una provisión. ¿Qué es lo que hace? En Génesis capítulo tres, versículo veintiuno:”Y el Señor Dios hizo vestiduras de piel para Adán y su mujer, y los vistió”.

El intento de Adán por resolver el problema del pecado no tuvo éxito. No era más que una tirita espiritual, una hoja de higuera. Era un ritual externo confeccionado por el hombre que no tuvo ningún efecto porque Dios es espíritu.

Poner un ritual externo entre usted y la ira de Dios no le va a poner a salvo de este santo Dios. Él debe proveer, Él debe cubrir nuestro pecado. Él debe resolver la cuestión de su vergüenza. Él debe tratar el tema de nuestra culpa.

Él debe satisfacer la sentencia de muerte que recae sobre nosotros por nuestro pecado. ¿Qué hace, pues? Toma a un animal, no a un hombre, pero algo que está vivo como el hombre. En hebreo “anefish hia” que significa otro ser vivo como el hombre, pero diferente a él, que tenga la vida en su sangre igual que el hombre.

Entonces, toma al animal y lo mata. Imagínese lo que pensarían Adán y Eva cuando vieron a Dios hacer esto. Niños, ¿os acordáis de la primera vez que os cortasteis, y visteis la sangre? ¿Qué es eso?

Imagine lo que Adán y Eva pensarían cuando se derramó la sangre del animal. Con la piel del cordero, Dios confeccionó una cubierta para tapar la desnudez de la piel de los dos. Con este acto les mostró lo que era necesario para que pudieran venir ante Su presencia.

Les proporcionó un sustituto que llevara la sentencia de muerte en nombre de ellos, cuya sangre fuera el testimonio de la purificación que necesitaban para cubrir su pecado. Dios también proporcionó la base para que pudieran venir con su pecado cubierto por el derramamiento de la sangre de un animal sustituto que llevó la pena de muerte en su lugar.

Por ese medio Dios ha permitido, desde ese momento y para siempre, que los pecadores entren a Su presencia bajo la única condición de que reconozcan su condición pecadora y la santidad de Él. Deben reconocer que Él tiene derecho a juzgarles por su pecado y que merecen la sentencia de muerte.

De este modo pueden venir delante de Dios, pero no por sus propias obras buenas, porque éstas son como trapos de inmundicia delante de este Dios. Han de venir confiando en la provisión del sacrificio y de la sangre derramada y la cubierta que Dios proporciona para ellos.

De esta manera, cuando entren a Su presencia confiando en el sacrificio que Él ha proporcionado, lo que están diciendo en realidad es:

“Tú eres Dios. Tú eres santo. Tú eres justo. Tú eres recto. Tú eres bueno. Tu ley debe ser obedecida. La honra debe ser para ti. Tú eres justo en la ejecución de muerte contra mí porque soy un pecador; soy un criminal; merezco la muerte, pero Tú ha proporcionado un sustituto para mí. Tú has aceptado la sangre de mi sustituto para que yo no derramara la mía. Tú has proporcionado a otro que muriera en mi lugar y yo me salvara de la muerte que yo merecía. Por eso, ahora conozco algo sobre Ti que no conocía antes: Tu gracia. Eres misericordioso. Eres un Dios de bondad. Eres un Dios de amor, ternura y paciencia”.

Esta fue la lección que Dios enseñó a Adán y Eva cuando los vistió, y es la lección que ha enseñado a Su pueblo redimido, desde entonces. Cuando Set clamó el nombre del Señor lo hizo por medio de un sacrificio. Cuando Noé entró al arca, supo lo bastante como para tomar a los animales que estuvieran limpios para poder presentar sacrificio a Dios. Esto fue antes de la ley mosaica.

¿Dónde aprendió esto? Lo aprendió por medio del acto de Dios. Lo aprendió por la revelación de Dios, acerca de Su regalo: un sacrificio aceptable. Cuando Dios llamó a Abram para que anduviese delante de Él y fuese irreprensible ¿cómo adoró Abram a Dios? Ofreciendo sacrificio, incluso hasta llegar Dios a poner a prueba la amistad de Abram y pedirle que ofreciera a Isaac en sacrificio. Con respecto a este punto, Jesús dice: “Vio mi día y se alegró.”

Abraham tuvo doce hijos. Durante su cautividad en Egipto crecieron como nación y fueron liberados de la esclavitud y reunidos en el Monte Sinaí. Allí, Dios hizo pacto con ellos y los convirtió en Su nación, y estableció que Él sería su Dios y moraría entre ellos.

¿Cómo podía un Dios santo vivir entre ellos? Esto es lo que hizo. Les dio un templo y en él habría un orden de sacerdotes elegidos por Dios, que tendrían el privilegio de entrar a la presencia de Dios para ofrecer sacrificio, la provisión de Dios.

Mientras ellos mantuvieran las ofrendas de sacrificio de sangre y reconocieran su santidad, Su justicia, su condición de pecadores y Su provisión de gracia, Él moraría con ellos y los guiaría a través del desierto, y viviría con ellos en la tierra prometida del descanso de su Día de Reposo.

Pero Israel no pudo permanecer fiel. Siguieron a los dioses de las naciones de su alrededor, y siguieron incorporando estilos de adoración pagana en la adoración al Dios vivo y verdadero. Y Dios les advirtió. Dios les rogó.

Envió profetas a los que ellos no escucharon, y Dios los disciplinó y los dejó llevar en cautividad. Allí aprendieron finalmente la lección de que hay un solo y único Dios. Los hizo regresar y, durante ese tiempo, los profetas comenzaron a pintar el retrato de la semilla que habían estado prometiendo, aquel que vendría y aplastaría la cabeza de la serpiente.

Isaías lo presentó como el varón de dolores de Jehová. En el capítulo cincuenta y tres nos enteramos de que se trata del Mesías, que es el Hijo de Dios, y que se entregaría a Sí mismo como ofrenda de culpa, como sacrificio para justificar a muchos.

Y Dios hizo estas promesas por medio de los profetas y alentó la fe de Su pueblo y ellos esperaron la venida del Mesías prometido durante cuatrocientos años. Y entonces empezó a oírse una voz en el desierto: la de Juan el Bautista que gritaba a los que serían el remanente del pueblo, que se reunió al sonido de la voz del profeta que los llamaba a arrepentirse de sus pecados. “No me digáis quién es vuestro padre” —dijo— “que tenéis a Abraham por padre”.

Dios es espíritu y las cuestiones del verdadero pueblo de Dios son temas espirituales. Arrepiéntase de sus pecados y ponga su confianza ¿en quién? “He aquí el cordero que quita el pecado del mundo.” Allí, a orillas del Rio Jordán, aquel que les había sido prometido a Adán y Eva en el Jardín.

Era la semilla prometida que resolvería la cuestión de nuestro pecado; que quitaría nuestra culpa; que vencería a la propia muerte muriendo en nuestro lugar; el Cordero que había sido representado por los miles y cientos de miles de corderos cuya sangre había sido derramada sobre los altares del templo judío.

Aquí, el Cordero perfecto ha venido y ha vivido la vida que nosotros nunca habríamos podido vivir, y murió la muerte que nosotros merecíamos como provisión de Dios para nosotros por nuestro pecado. Este es el don de Dios para los pecadores.

De este modo, en unión con Cristo Jesús somos admitidos ahora en la presencia de Dios. Estamos unidos a Él por la fe, creemos en la virtud de Su obra en la cruz, y somos limpios por esa sangre que fue derramada para propiciar la ira de Dios, con el fin de apaciguar la santa ira de Dios y su justicia contra nosotros.

De manera que cada vez que clamemos a Su nombre en oración privada, en los devocionales en familia, o en la adoración corporativa, nuestra confianza no estará en nuestras oraciones, sino en Jesucristo. Ahora venimos ante Él unidos a Jesucristo; con Él nos mantenemos en pie por fe, y confiamos en Cristo crucificado.

¿Por qué? Porque en Cristo crucificado soy aceptado delante del Padre; porque en Cristo estoy delante de mi Dios y le digo: Eres santo, eres justo, eres bueno. Tu ley es perfecta y no puede transigir, y la sentencia de muerte que Tú has ejecutado sobre mí en mi pecado es absolutamente justa y perfecta.

No puedo debatir ni discutir. Merezco la muerte. No merezco el privilegio de estar ante Tu presencia, pero Tú me has dado la base sobre la que puedo clamar a Tu nombre. Estoy delante de Ti en unión con mi Cristo; mi Rey; mi Cordero; mi sacrifico; Aquel que me amó y se entregó a Sí mismo por mí.

Tú me has dado ese don; no vengo aquí basándome en mis propias obras. Tú has venido a mí y me has dado el don de mi salvador y mi Cordero, cuya sangre ha sido derramada para que mi pecado fuera cubierto y yo pudiera estar de pie, con el crédito de Su obediencia.

Su justicia y Su muerte han pagado la penalización de mi pecado. Merezco ir al infierno, pero en vez de esto Tú me has permitido ir a la cruz. Como pecador, estas son nuestras dos únicas opciones. Como pecador, esta es la única alternativa: o va al infierno o va a la cruz porque estos son los dos únicos lugares donde la ira de Dios queda satisfecha contra usted en su pecado.

El don de Dios, la provisión de Dios, cuya prerrogativa dicta cómo debemos venir a Él, nos son dados por el Señor Jesucristo Quien murió por nuestro pecado y murió llevando la ira de Dios contra nosotros. El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esta es la esencia de la adoración del nuevo pacto. Esta es la base de la adoración del nuevo pacto.

Amigo mío, en Apocalipsis capitulo 5 y versículo nueve, los redimidos cantan un nuevo cantico “Digno eres tu Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación”.

¿Puedes verlos? Hispanos, chinos, indios, brasileños, un par de irlandeses, toda tribu, lengua, pueblo y nación alabando para siempre a Dios ¿en base a qué? En base a la sangre de Jesucristo que fue derramada.

Ahora seremos admitidos para siempre en la presencia de Dios para adorarle, por causa del Cordero; por Su provisión; por la sangre que fue derramada para que los pecadores no tuvieran que ir al infierno. Ahora son admitidos en la presencia de Dios y tienen la vida eterna.

De manera que la adoración es siempre un ejercicio de fe en la revelación de Dios, sobre la base del sacrificio proporcionado por Dios en Jesucristo. Como veis, el cristianismo es una religión de pecadores.

Si no eres un pecador convencido de serlo, en la presencia de Dios, el cristianismo no es para ti. Necesitas otra religión. Necesitas una religión para gente justa que es básicamente cualquier otra religión que no sea cristianismo. Halagará tu orgullo y arrogancia.

El cristianismo es una religión para pecadores, una religión para los que vienen delante de Dios diciendo: sé que soy un pecador y que merezco tu muerte, mi muerte, pero me has dado la provisión de Cristo y sobre la base de esa sangre derramada y voy ser valiente.

Voy a tener valor. Voy a venir realmente ante la presencia del Santo Dios, confiando en el sacrificio de Jesucristo y por la virtud de Jesús no voy a ser consumido por la ira de Dios. Voy a ser amado. Voy a ser amado con un amor que se le da a Jesucristo. Voy a ser amado como si yo fuera el Hijo, porque estoy en el Hijo y soy aceptado en el Hijo, bendito en el Hijo y se me ha concedido la herencia del Hijo.

¿Lo entendéis? Porque la adoración no solo es para los pecadores. La adoración es para los pecadores salvos. La adoración es para los que han sido redimidos por la sangre de Jesucristo. Por este motivo, la adoración no es primeramente el evangelismo. Es esencialmente la celebración del que es salvo, en la presencia de su salvador. Es para los que son redimidos en la sangre de Jesucristo.

Cuando Jesucristo dijo en Juan catorce, seis: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí.” No estaba hablando solamente sobre la salvación. También está hablando de la adoración.

La salvación y la adoración se superponen porque sólo los que son aceptados en la presencia de Dios, para darle Su adoración, son los que están en unión con Cristo como pecadores salvados. Ningún hombre entra en la presencia del Padre excepto por Jesucristo.

¿Cree usted esto? ¿Está usted dispuesto a ser odiado por esto? ¿Está preparado para ser aislado por causa de esto? ¿Está dispuesto a ser perseguido? Porque el mundo pensará que es usted un arrogante por causa de esto.

El mundo pensará que usted es muy, muy intolerante a causa de esto, porque usted tiene la audacia de creer en Jesús solamente, en la grada de Dios solamente; solo por fe, para la gloria de Dios solamente, como lo revela la Biblia solamente.

Las religiones del mundo, las idolatrías del mundo no serán muy tolerantes con los que dicen que ningún hombre puede entrar a la presencia del Padre sino es por medio de Jesucristo. Si usted cree que tiene el privilegio de adorar, tiene el privilegio de estar en la presencia de Dios, en la presencia de Cristo y, por lo tanto, también llevará el odio del mundo.

Porque tan seguro como que Caín se levantó y mató a su hermano Abel porque Abel y su adoración fueron aceptados, y Caín y su adoración no lo fueron. Así también el linaje de Caín ha perseguido a la descendencia de Abel desde entonces.

Y conforme se acerca el día, la lucha se intensificará ya que es donde el diablo ataca a la iglesia. Satanás quiere que seas transigente con tu adoración. ¡Introduce algunas prácticas paganas en tu adoración! ¡Se creativo! ¡Utiliza tu imaginación! ¡Empieza a traer novedades q tu adoración!

¿Porque tienta Satanás a la iglesia para que haga esto? Porque si empiezas a ofender a Dios en Su propia casa, si empiezas a ofender a Dios en Su propia adoración Él se apartará de ti. Se pondrá detrás de ti y si Dios ya no mora en medio tuyo, perderás la batalla espiritual por tu alma.

Satanás sabe, igual que hizo por medio del consejo de Balaám, que si puede conseguir que transijas en la adoración entonces acarreará la disciplina de Dios sobre ti y te hará vulnerable en el campo de batallas. Le robará el honor a Dios.

Tu fuerza mayor está en que Dios mora en medio de ti. Tu gran victoria es que Dios mora en medio de tí. Dios mora entre Su pueblo salvo que Le adora. No Le ofendas en su adoración. No Le ofendas mientras clamas a Su nombre. Nuestro Dios, el Dios del nuevo pacto, en hebreos doce veintiocho y veintinueve, nuestro Dios es fuego consumidor y los que Le adoran deben hacerlo con reverencia y temor.

La iglesia es un templo, no es un patio de recreo. Es un templo para que more el Dios vivo. ¡No entristezcas al espíritu! ¡No apagues el espíritu! ¡No ofendas al Dos vivo! ¡No hagas que se ponga detrás de ti, sino ven a él confiando en la provisión de Jesucristo y el morará en medio de ti y será tu fuerza; y será tu vida; y será tu victoria; y te enseñará a ir por el camino del Cordero!

Y en todas estas cosas seréis más que vencedores al vivir con Cristo y adorarle. Él es el Cordero de Dios, la provisión para los pecadores para que puedan entrar a la presencia del Dios santo. ¡Que Dios nos de sabiduría y discernimiento en estos días para que podamos adorar al verdadero Dios y que podamos hacerlo de verdad! ¡Amén!

Oremos: Padre de gracia, oramos esta noche que tu Espíritu se haya complacido en tomar algo de lo que se ha dicho de la palabra, algo que se haya dicho en la predicación y que lo confesemos en nuestro corazón que los que estén aquí esta noche y que no sean convertidos, puedan entender que su sensibilidad espiritual y su religiosidad apartada de Cristo es ofensiva para Tu Padre, obra por tu espíritu para glorificar a Cristo como único sacrifico suficiente para los pecadores, y enséñanos a tu pueblo a ejerce la fe en él para que no confiemos en nuestros propios métodos, que no confiemos en trucos, y que no seamos incitado e este día de confusión a incorporar novedades y creatividades en la adoración a Dios.

Padre nuestro, queremos venir a tu presencia ciñéndonos a tu prerrogativa, según tu revelación, adaptándonos contiguo que eres el Dios que es espíritu. Convéncenos de estas cosas y danos valor para estar firmes por estas cosas en nuestro tiempo.

Concédenos que en unión con el Cordero de Dios, no solo podamos adorar sino que estemos dispuestos a vivir y morir para gloria de Su santo nombre. Que juntos, nosotros, hombre, y mujeres de toda tribu, lengua, pueblo y nación podamos reunirnos alrededor de ese trono y cantar:

“Digno es el cordero cuya sangre ha redimido a su pueblo”. Alabado seas tú el Dios de gracia que nos ha dado a Jesucristo, la provisión de nuestra salvación y nuestra adoración eterna a tu santo nombre. Magnifica a Cristo en medio de nosotros esta noche, te lo suplicamos, Amen.

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