donnellyEdward Donnelly

¿Le gusta leer biografías cristianas? A mí me gusta leerlas con frecuencia. Hay algo inspirador en los relatos de las vidas comprometidas con el Señor. Cuando leemos sobre conversiones sorprendentes, nos sentimos guiados a orar con más fe por la salvación de quienes nos rodean. Los testimonios de una profunda experiencia espiritual hacen que anhelemos una transformación similar en nuestro propio corazón. Las descripciones de un gran esfuerzo en la obra del reino amplían nuestra visión y nos llenan de energía espiritual. Los sufrimientos que se llevan con valentía por causa de Jesús nos desafían a llevar nuestra propia cruz con mayor alegría. Leer la vida de un George Whitefield o una Joni Eareckson significa entusiasmarse, ser reprendido, instruido y estimulado, todo a una vez. Las biografías de las personas de Dios pueden ser un precioso medio de gracia. Como aprendemos por la imitación, las ilustraciones vivas de lo que significa el discipulado son valiosas, porque nos capacitan para seguir a Cristo.

Pero no todas las biografías son tan útiles. ¿Qué puede ser más deprimente, por ejemplo, que leer sobre el “superhombre cristiano”? No teme ni falla, ni fracasa nunca. Su vida parece ser un catálogo de oraciones respondidas y triunfos conseguidos. No se halla en dificultades como otros hombres. No hay nubes que oscurezcan su horizonte y la sonrisa tranquila no abandona nunca su rostro. Cuando leemos sobre semejante modelo, nos sentimos más y más inadecuados y desalentados. ¿Cómo podría nadie esperar imitar tanta perfección? O tal vez el desaliento dé paso a una irritación intranquila. La historia es demasiado dulce como para poder tragársela. Es, sencillamente, demasiado buena para ser verdad.

No queremos, por supuesto, biografías que sean destructivas. El mundo ya está produciendo demasiadas de ese tipo. La moda actual, que data de principios del siglo XX aproximadamente, es lo que se denomina una “desacreditación”. Este horrible término significa que la tarea del biógrafo consiste en exponer todos los defectos ocultos y los vergonzosos secretos del sujeto en cuestión. La presunción subyacente es que los héroes no existen. Todo ídolo tiene pies de barro. Todo armario esconde un esqueleto. Nadie ha actuado nunca por motivos desinteresados, ya que el honor es una farsa y el idealismo no es más que una capa que cubre el beneficio propio. El efecto de este planteamiento ha consistido en encarcelar a las personas en un cinismo lúgubre y destruir la esperanza y la aspiración. Cuando nadie es admirable, cuando todos han caído al mismo nivel bajo, no queda nada sino el desaliento y el desdén mutuo. ¡Ojalá que nunca descendamos tan bajo como para tener una opinión tan retorcida de nuestros hermanos cristianos!

Lo que estamos buscando es un retrato del discipulado que sea inspirador y realista a la vez. Necesitamos leer sobre aquellos que han avanzado más que nosotros en su experiencia del Salvador y a quienes podemos, por tanto, seguir tranquilamente. A pesar de ello, no deberían estar tan por delante de nosotros que no podamos alcanzarlos. Debemos ser capaces de identificarnos con ellos, sentir que son seres humanos como nosotros. Por encima de todo, buscamos a personas que demuestran de un modo impresionante el camino de Cristo que cambia el carácter.